domingo, 2 de diciembre de 2018



Esta debe ser una de las primeras veces que escribo con tanto detalle esta historia. Ya estoy lista para hacerlo. Me produce y produjo muchas cosas en el cuerpo. Desde dolor y angustia hasta bronca, culpa y vergüenza. Acá estoy, para poder dejar de sentir vergüenza y culpa por situaciones que no pedí.
Hace 4 años, con 18 años, empecé a trabajar en La Tanita, restaurante de pastas ubicado en Colón 272 , Quilmes. Trabajé en negro durante todo ese período como la mayoría de los empleados del lugar.
Al principio, mis jefes, Julian y Leandro Gómez, me trataban respetuosamente. Al tiempo fue que entraron en confianza y la cosa se fue poniendo distinta. Las conversaciones con ellos empezaron a subir de tono. Empezaron comentarios sobre mi cuerpo como “¿estás más gordita? Porque tenés mas grande el culo” “Tenés buenas tetas vos eh”, etc. Luego llegaron también las entrevistas sobre mi sexualidad donde me preguntaban si tenía novio, cada cuánto cogía, cómo me gustaba coger, etc.
Estas conversaciones y comentarios se daban siempre en horario laboral, dentro del restaurante. Ellos en la barra y yo en el salón, trabajando o esperando que algún cliente me pida algo. Recuerdo la sensación de querer que entre alguien al restaurante para tener algo que hacer y no tener que estar parada ahí, junto a ellos.
Todo esto lo fui naturalizando desde la inexperiencia. Una parte de mi inocencia quería creer que esa era la manera en la que hablaban los machos, y si yo quería seguir trabajando ahí, de alguna manera tenía que pertenecer. Creía que era normal ya que yo era una de las únicas dos o tres mujeres que trabajan ahí. Mis respuestas fueron varias. Muchas veces los mandaba a la mierda pero otras les contestaba y me enganchaba en los chistes sexuales y subidos de tono. Sentía culpa cada vez que los dejaba pasar pero me llenaba de bronca y angustia mandarlos a la mierda. Me sentía desvalorizada e impotente. No podía hacer nada: si quería trabajar ahí (o en cualquier lado), tenía que bancármela. O eso creía en ese entonces.


Además de los comentarios sexuales y desubicados, en el restaurante todo era violencia. Se la pasaban gastando a sus empleados, diciéndoles “putito”, “pelotudo” y etc. Los únicos que tenían derecho a hablar y ser eran ellos. Ocupaban un lugar de poder desde donde los únicos que valían eran ellos dos. Ellos podían ser agresivos y violentos con todxs, y al que no le gustaba se iba. Entre los mismos trabajadores existía un clima de competencia, individualismo y malos tratos.
Volviendo al acoso, era muy grave teniendo en cuenta que ellos eran mis jefes. Aún así, la peor parte llegaba cuando venía un amigo de ellos, Alejandro Ortega (dueño del local 'Ortega' ubicado en Alsina 450, Quilmes). Cuando lo veía entrar, sabía que me esperaban horas de humillación. Llegaba en los mediodías, se comía un plato de pasta y se tomaba una o dos botellas de champagne con alguno de mis jefes. Recuerdo comentarios como “¿cómo haces para chupar pija vos?” . Sobre mis tetas y culo lo escuche hablar mucho. Me mencionó varias veces que me quería coger, y que él aunque fuera grande se la bancaba. Siempre todo en un tono de chiste, como para hacerme creer que era inocente y normal decir esas cosas. Recuerdo haber sentido miedo cuando yo estaba almorzando sola en el fondo y aparecía él.
Aclaro que todo esto, siempre se dió en presencia de Julián o Leandro. Cuando yo le decía a Alejandro que era una nena, que no me podía decir esas cosas, que tenía una hija de mi misma edad, y demás intentos de defenderme, se reían y aprovechaban para humillarme más.
A todo esto le pude poner el nombre de acoso hace unos meses, mientras escuchaba a Malena Pichot y a Señorita Bimbo en la radio Futurock, que contaban una situación de acoso similar en la empresa “Greenpeace”. Esto lo menciono, porque me parece clave que sigamos difundiendo estos casos, nuestras historias que son miles para que ninguna mujer sufra nunca más violencia de ningún tipo. Es necesario entender que nuestra palabra, vale, sirve y que tiene que ser escuchada. Revaloricémosnos.



Al silencio no volvemos nunca más.



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